martes, 31 de octubre de 2017

13. Herencias




Después del divorcio, de la muerte del padre, la venta de la casa, Piera empezó a fumar, un recurso absurdo en el intento de velar los agujeros íntimos con el humo del cigarrillo.

Su actividad diaria se había incrementado: debía distribuir los muebles en el monoambiente para que quedara un espacio amplio donde instalar el taller de arte. Le habían aumentado las horas de clase en el Instituto y, si bien redundaba en una entrada extra, alteraba la organización de su tiempo. Entonces comprendió la importancia del “vil metal” si deseaba concretar lo que se había propuesto.

Sonia formaba parte de sus proyectos. Quería ayudarla a mudarse de ese lugar miserable en el que vivía, que tuviera un mobiliario propio e hiciera su nido, como ella estaba armando el suyo.

Fue a ver a Bruno, alojado en un hotel en pleno centro. Él la hizo esperar un buen rato antes de bajar al amplio y pretencioso vestíbulo.

—Quiero ver el testamento —lo encaró Piera a modo de saludo.

—Bueno bueno, la idealista muestra por fin su verdadera cara angurrienta*.

—Mirá quién habla, el que se quedó con todo, también con la parte de Elio.

La expresión de Bruno cambió del sarcasmo condescendiente a la dureza del granito. En los ojos le latía el fuego arcaico del odio. Antes de que su hermano reaccionara, Piera siguió:

—No sé si babbo me dejó algo ni si tenía dinero guardado, asumo que sí, por la herencia de la panadería y la casa de los abuelos de Roma. Como hijo único ligó* todo, nosotros, en cambio, debemos dividir en partes iguales, te guste o no. A menos que pruebes, lo que dejaría muy mal parada a mamá, que no soy hija biológica de Renzo. Lo único que me unió a él: lo biológico. Y es lo que cuenta legalmente. Seré idealista, pero no boluda*.

Piera quedó sin aliento y con la boca seca, preguntándose de dónde había sacado el coraje y las palabras para enfrentar a Bruno. Seguramente porque no luchaba por algo para ella sola.

—No hay nada de esa herencia, la fue gastando para vivir y mantener a la Rusa —dijo Bruno, seco y tajante.

—Qué va a gastar, si era un amarrete* y vos su fiel heredero. Y si es como afirmás, tengo el derecho de corroborarlo. Mostrame el testamento, no me hagas ir al Colegio de Escribanos. Ya no me engrupís* más ¡tramposo!

La cara de Bruno pareció deshacerse, como si los músculos se le hubieran aflojado.

—Ahora te lo bajo —dijo entre dientes.

Regresó con una carpeta que llevaba su nombre: Piera Conti. La tiró sobre la mesita ratona que los separaba.

—Ahí tenés tu herencia, la podés despilfarrar en tus pinturitas y cuadruchos de mierda. En cuanto a Elio: está muerto.

Bruno se alejó con el paso elástico de un animal que se bate en retirada. Piera pasó por alto la última frase de su hermano, la interpretó como una forma simbólica de manifestar lo que Elio significaba para él. Tomó la carpeta y se levantó. Estaba tranquila, había dicho lo que quería decir y descargó lo que le ceñía la garganta y le empantanaba la mente.

En ese momento no era la herencia material aquello que la preocupaba sino la genética, que tuviera patrones de conducta demasiado semejantes a los de su familia. Esa tarde se había comportado al estilo de Bruno y con la franqueza brusca, sin medias tintas de su madre. Pensó cuánto influían los genes en su forma de ser.

Era indudable que había en ella el dejo melancólico y una tendencia a la soledad igual que su padre, pero también a plantarse sin vueltas y apasionarse como lo hubiera hecho Luciana.

Físicamente tenía un poco de todos: alta, con el pelo oscuro y delgada igual que Renzo y Elio; los ojos, en cambio, eran una mezcla entre el azul claro de los de su madre y los nocturnales de Renzo y Bruno, lo que le daba un extraño color entre avellana y gris, que variaba dependiendo de la incidencia de la luz.

Reconoció que siempre buscaría aquello que la diferenciara de sus progenitores, de lo absorbido en el ambiente familiar, el pequeño porcentaje propio. Debía aceptar que estaba hecha de fragmentos, que era una especie de patchwork* y que lo heredado habría que transformarlo y hacerlo suyo.

Al llegar a la parada del 92 abrió la carpeta. Estaba tan asombrada por lo que leía que no advirtió la llegada del colectivo.




Glosario

Angurrienta: codiciosa.
Ligar: conseguir, obtener.
Babbo: modo familiar de decir papá en ciertas regiones de Italia.
Boluda: estúpida (coloquial despectivo)
Amarrete: avaro.
Engrupir: mentir, engañar. 
Patchwork: manta o acolchado hecho con la unión de pequeñas piezas de distintos colores o estampados cosidas entre sí.



Sinopsis

Piera (1970): rememora y reflexiona sobre momentos claves de su historia. Es maestra de arte y artista plástica. También decide recurrir a la escritura para profundizar más su viaje al pasado.
Luciana, su madre, muere cuando Piera tiene diez años. Renzo, su padre, al poco tiempo de enviudar se casa con Sonia (la Segunda). Es profesor de francés, italiano y latín. Cae en depresión con la muerte de Luciana. Elio, es el hermano dieciocho años mayor, muy querido por Piera. Es periodista. Estuvo poco en la casa, durante la dictadura militar tuvo que exiliarse. Bruno es el segundo hermano -con el que Piera se lleva mal- es agente financiero y su única preocupación parece ser el dinero. Tiene una feroz pelea con Elio, que es echado de la casa por su padre. Ella desconoce lo que ocurrió entre los hermanos.
César es abogado, Piera se casa con él a los veintiún años y se separa cinco años después. Es César quien le da indicios sobre el secreto familiar. Piera visita a Micaela (que fue la novia de Bruno) y ella le confirma la sospecha de César: que con Elio eran amantes.
Al poco tiempo de separarse de César, muere repentinamente el padre de Piera y Bruno vende la casa familiar sin consultarla. También hace trampas con el Testamento. Ante la soledad de Sonia, Piera empieza a acercarse a ella.



©  Mirella S.   — 2017 —



martes, 24 de octubre de 2017

12. Extranjeridad

Óleo y foto: Gottfried Helnwein 


Piera había nacido en el Hospital Piñero, a una cuadra del cementerio de Flores, de modo que si algo hubiera salido mal en el parto, largo y complejo, nos hubiéramos ahorrado velorio y alquiler de coches, palabras dichas años más tarde por Bruno, en un despliegue de su sarcasmo lúgubre. 

Era la única que tenía nacionalidad argentina. Tu sangre es puramente italiana, solía recordarle su madre las veces que Piera hablaba en castellano dentro del hogar.

Elio abrió la claridad de sus ojitos en Roma, donde vivían los padres en ese momento. Bruno nació en Nápoles, en la casa de los abuelos maternos porque ya habían decidido partir para Argentina. Cuando Bruno cumplió los ocho meses subieron al barco que los conduciría a una orilla, para ellos verde como sus esperanzas.

No sabe cómo se adaptaron sus hermanos, la diferencia de edad, también de temperamento, los separaba para entablar ese tipo de confidencias. Y cuando ella creció, Elio ya se había ido y con Bruno era impensable cualquier tipo de comunicación.

Renzo y Luciana, en sus conversaciones fuera del núcleo itálico en el que se preservaron, usaban un cocoliche* lastimoso. Su padre, con la excusa de que era profesor de italiano y latín, apenas si se esforzaba por mejorar el nuevo idioma.

A Piera, en la infancia, esta tierra se le había mostrado en pequeños retazos: aprender, dificultosamente, una lengua que le gustaba pero que no tenía con quien practicar al salir del colegio; corretear por el barrio tranquilo, con calles adoquinadas y los plátanos frondosos en los bordes de las veredas, que en verano regalaban la protección de su sombra. No mucho más, ya que la criaban “a la europea”, escuchando ópera, Verdi, Mozart, o canzonette napolitanas que a ella le parecían de otro siglo.

Se sentía extranjera tanto en su familia como en el colegio, no conocía las bandas musicales de moda ni los actores. Al cine la llevaban a ver solo las viejas películas de Sophia Loren, Marcello Mastroianni, Vittorio Gassman.

Empezó a conectarse con la música local y del mundo cuando, al cumplir los trece, Elio recién llegado del exilio, le regaló una radio portátil con audífonos. Y se identificó con la voz rotunda de Cortez en el tema de Cabral…  No soy de aquí ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir y ser feliz es mi color de identidad… Pero ser feliz parecía que no estaba en su identidad. No sabía cómo se es feliz, lo que conocía era el miedo disfrazado de rabia y la culpa, después de sus ataques de rebeldía. Hasta experimentaba un extrañamiento para consigo misma, como si mirara una figura borrosa desde un tren en marcha.

En su adolescencia consideró que no había cumplido con las expectativas de su madre: le había hecho más correcciones y reproches que elogios. De su padre, tan introvertido y misterioso, jamás descubrió qué esperaba de ella. Bruno debía verla como un insecto molesto y obstinado al que hay que espantar para que no fastidie. Para Elio, más ausente que presente, pudo representar un juguete divertido con el que se entretenía durante la fugacidad de sus apariciones. Y para sus maestras y profesores del secundario fue una alumna mediocre con potenciales sin explorar.

Pausadamente, pincelada tras pincelada, un trazo tras otro, se fue diseñando una identidad íntima, una pertenencia que la ligara a algo y así se le reveló que su patria era el arte. Ya no le dolía su extranjeridad ni el ostracismo al que se sometió sin darse cuenta: una parte de ella se apegó a ese mundo inventado y la otra se dedicó a observar el real y pintarlo desde sus ojos interiores.

Luciana no le había dado importancia a sus primeras acuarelas, que Piera le mostraba con entusiasmo esperando un estímulo, la aprobación hacia esa faceta de tanto valor para ella. En cambio, pocos años después, otra extranjera, Sonia, los admiró con palabras sencillas que no le significaron nada. No entonces.

Fue después de la venta de la casa, ese territorio amigo-enemigo, que empezó a mirar a Sonia desde las coincidencias y no desde las diversidades, de persona a persona, sin el matiz altanero que la asemejaba a Bruno.


*Cocoliche: es la lengua mezcla de español e italiano o de cualquier dialecto de Italia.


Sinopsis

Piera (1970): rememora y reflexiona sobre momentos claves de su historia. Es maestra de arte y artista plástica. También decide recurrir a la escritura para profundizar más su viaje al pasado.
Luciana, su madre, muere cuando Piera tiene diez años. Renzo, su padre, al poco tiempo de enviudar se casa con Sonia (la Segunda). Es profesor de francés, italiano y latín. Cae en depresión con la muerte de Luciana. Elio, es el hermano dieciocho años mayor, muy querido por Piera. Es periodista. Estuvo poco en la casa, durante la dictadura militar tuvo que exiliarse. Bruno es el segundo hermano -con el que Piera se lleva mal- es agente financiero y su única preocupación parece ser el dinero. Tiene una feroz pelea con Elio, que es echado de la casa por su padre. Ella desconoce lo que ocurrió entre los hermanos.
César es abogado, Piera se casa con él a los veintiún años y se separa cinco años después. Es César quien le da indicios sobre el secreto familiar. Piera visita a Micaela (que fue la novia de Bruno) y ella le confirma la sospecha de César: que con Elio eran amantes.
Al poco tiempo de separarse de César, muere repentinamente el padre de Piera y Bruno vende la casa familiar sin consultarla. Ante la soledad de Sonia, Piera empieza a acercarse a ella.



©  Mirella S.   — 2017 —





Un video simpático y ¡muuuuuy italiano! Para que se vayan con una sonrisa...

martes, 17 de octubre de 2017

11. Luciana y Renzo




Tan diferentes y, sin embargo, simbióticos como líquenes. Renzo dependía emocionalmente de Luciana, que lo necesitaba para desplegar su personalidad avasallante.

Él nace en Roma, ella en Pozzuoli, Nápoles, con el azul del Tirreno retenido en los ojos. Mi padre, un hombre metido para adentro, con inquietudes intelectuales, débil de carácter, se enamora de una muchacha explosiva, que no sabe hablar en voz baja, desborda vitalidad y disfruta de los placeres sensoriales.

Las energías del universo están en consonancia para que determinados encuentros se produzcan, me dijo Clara, la astróloga. Nada es casual ni fortuito, todo lo que ocurre forma parte de una trama vibracional que se manifiesta para que cada uno desarrolle el sentido de su vida. Quizás, según el criterio de Clara, el Marte en Escorpio de Renzo —símbolo de su masculinidad— y la Venus en Tauro de Luciana —expresión de su femineidad— hayan transitado esas mismas constelaciones zodiacales el día que se conocieron, auspiciando una reunión que, de otro modo, habría sido altamente improbable. Escorpio y Tauro: opuestos complementarios.

En la posguerra Luciana es enviada a Roma, donde tiene mayores posibilidades de conseguir trabajo. Con dieciocho años, se aloja en la casa de unos primos, que la reciben con la característica efusividad meridional.
La familia de Renzo, a pesar de las estrecheces de aquel tiempo, está en una mejor posición económica. Los padres son dueños de una panadería en el barrio de Trastevere y él está estudiando francés y latín para dedicarse a la enseñanza.

Luciana es una experta repostera y en su recorrida por la ciudad descubre el negocio y lleva algunas tortas y pasteles de muestra. La madre de Renzo los acepta y los exhibe sobre el mostrador. Días más tarde la llama para pedirle más y el local es impregnado por el aroma de especias que parecen orientales y despiertan la gula de los clientes.

Tengo escasos datos acerca del inicio de su amor. Renzo, como un adolescente, besaba a Luciana a escondidas, él, un hombre serio, conservador, un poco ido de la realidad, se derretía por abrazarla. Luciana, entre risotadas, lo empujaba, mostrándose arisca.

Comprendí que era un juego entre ellos, que a mi madre le gustaba el acecho, lo propiciaba para interpretar su acto de mujer a lo Sophia Loren y mi padre el de un Marcello Mastroianni algo ingenuo. Presencié sus efusividades de la misma forma en que se ve una película, como una espectadora a la que dejan sentada en una platea para que observe y aprenda lo que es el amor, sin involucrarme ni que me involucre en ese sentimiento sagrado que no compartían conmigo.



Piera apoya el lápiz en el cuaderno y se queda en suspenso, con la mirada perdida. No sabe cómo seguir, desconoce los motivos que empujaron a sus padres a desanclarse del país natal y abordar la aventura de un inicio en una tierra ultramarina. Sabe que Renzo, por intermedio de un cura conocido, ya tenía un trabajo como profesor de italiano, latín y francés en el colegio de Don Bosco, de la orden de los salesianos.

Luciana también contribuyó en los ingresos desplegando por el barrio su arte de preparar tortas, mermeladas caseras, bizcochos. Por la casa se esparcían olores anisados, a canela, jengibre. Y su madre, extrovertida, el cuerpo pulposo, con su hacer rústico, mientras cocinaba frutas y amasaba ingredientes, cantaba a plena voz las canzonette de su Nápoles inolvidable.

En esa época la cocina de la casa del limonero era una fiesta de fragancias, sabores y el eco de cantos nostálgicos.





Sinopsis

Piera (1970): rememora y reflexiona sobre momentos claves de su historia. Es maestra de arte y artista plástica. También decide recurrir a la escritura para profundizar más su viaje al pasado.
Luciana, su madre, muere cuando Piera tiene diez años. Renzo, su padre, al poco tiempo de enviudar se casa con Sonia (la Segunda). Es profesor de francés, italiano y latín. Cae en depresión con la muerte de Luciana. Elio, es el hermano dieciocho años mayor, muy querido por Piera. Es periodista. Estuvo poco en la casa, durante la dictadura militar tuvo que exiliarse. Bruno es el segundo hermano -con el que Piera se lleva mal- es agente financiero y su única preocupación parece ser el dinero. Tiene una feroz pelea con Elio, que es echado de la casa por su padre. Ella desconoce lo que ocurrió entre los hermanos.
César es abogado, Piera se casa con él a los veintiún años y se separa cinco años después. Es César quien le da indicios sobre el secreto familiar. Piera visita a Micaela (que fue la novia de Bruno) y ella le confirma la sospecha de César: que con Elio eran amantes.
Al poco tiempo de separarse de César, muere repentinamente el padre de Piera y Bruno vende la casa familiar sin consultarla. Ante la soledad de Sonia, Piera empieza a acercarse a ella.



©  Mirella S.   — 2017 —




martes, 10 de octubre de 2017

10. De Ucrania sin amor

Foto: Luisa Möhle

No es que de pronto hubiera sentido un afecto repentino por la Segunda, es decir Sonia. No soy de amores fulminantes, es más, soy de querer a contadas personas. Es brutal decirlo así, pero esta nueva afición por la escritura que sirva al menos para quitarme las máscaras de la amabilidad y los buenos modales a los que estuve sujeta desde mis primeros años. Escribo para bajar a las profundidades de mí misma, hurgar en las costuras del subconsciente y descubrirme.

Pocos me inspiran amor y rara vez es de inmediato. El sentimiento crece —o se apaga— en la medida que conozco al otro y que, además, logre abrir el portón de hielo tras el cual me resguardo.

Soy solidaria, sin embargo, no me simpatiza todo el mundo y tampoco necesito estar rodeada por docenas de amigos que, si son tantos, terminan siendo simplemente conocidos superficiales.

En ese momento, cuando tomé del brazo a Sonia y salimos de la casa, que quedaría con su limonero en mi memoria, me inundaba la indignación y la culpa. Una culpa a la que hoy no le veo razón, porque en la familia no me habían expresado ni enseñado amor. Recibí pequeñas muestras de que yo existía solo de mi madre, cuando era muy chica y con su modo brusco: un tirón de pelo y una carcajada, o pellizcos que pretendían ser caricias. Y de Elio, en las escasas oportunidades que volvía de sus viajes. Mamá murió pronto y el afecto de Elio lo disfruté con cuentagotas.

Cómo podía ser demostrativa si no había sido entrenada ni tenido modelos. No recuerdo que mi padre me abrazara o besara y de Bruno obtuve desprecio, retos y algún coscorrón.

Con este bagaje conocí a Sonia a los diez años. No me agradó y la mantuve a distancia. Internamente la desvaloricé, igual que mi padre con su silencio indiferente y Bruno con las burlas. Por fuera le demostraba obediencia, porque así me había criado mi madre.

De Sonia tenía la imagen de una mujer rústica, de pocas luces, totalmente pasiva y sometida. Para mis adentros era la Segunda y evitaba llamarla por su nombre, mientras que Bruno le decía la Rusa, también delante de ella, a pesar de que en varias oportunidades, con su voz mansa, que contrastaba con su físico robusto, lo corregía, diciéndole “soy ucraniana”.

Había nacido en una aldea próxima al río Dniéper y sus padres eran campesinos. Después de la hambruna por la sequía en el 47’, la entregaron a unos parientes que vinieron a la Argentina. Apenas supo moverse la hicieron trabajar con ellos en el campo que habían alquilado. Cuando mi padre la tomó como empleada doméstica tenía treinta y cinco años.

Mientras dejábamos la casa, que para mí ya era un espectro de otros tiempos, la noté avejentada. El pelo rubio con estrías grises; la espalda, antes erguida, tendía a encorvarse; las manos fuertes parecían blandas, lívidas. No la podía querer, no aún. Sí sentir empatía y el deber moral de no abandonarla.

A Sonia no la habían amado ni en Ucrania ni aquí. Teníamos eso en común. Éramos dos indigentes de afecto.

La conduje hasta el bar de la avenida, tomamos café y comimos unos tostados. Anoté su nueva dirección y le di la mía. Vi como intentaba disimular la humedad de los ojos.

—Sos una buena chica, Pieri, siempre lo fuiste.

Sus labios se abrieron en una sonrisa de agradecimiento que me hizo un tajo en el alma.



Sinopsis

Piera (1970): rememora y reflexiona sobre momentos claves de su historia. Es maestra de arte y artista plástica. También decide recurrir a la escritura para profundizar más su viaje al pasado.
Luciana, su madre, muere cuando Piera tiene diez años. Renzo, su padre, al poco tiempo de enviudar se casa con Sonia (la Segunda). Es profesor de francés, italiano y latín. Cae en depresión con la muerte de Luciana. Elio, es el hermano dieciocho años mayor, muy querido por Piera. Es periodista. Estuvo poco en la casa, durante la dictadura militar tuvo que exiliarse. Bruno es el segundo hermano -con el que Piera se lleva mal- es agente financiero y su única preocupación parece ser el dinero. Tiene una feroz pelea con Elio, que es echado de la casa por su padre. Ella desconoce lo que ocurrió entre los hermanos.
César es abogado, Piera se casa con él a los veintiún años y se separa cinco años después. Es César quien le da indicios sobre el secreto familiar. Piera visita a Micaela (que fue novia de Bruno) y ella le confirma la sospecha de César: que con Elio eran amantes.
Al poco tiempo de separarse de César, muere repentinamente el padre de Piera y Bruno vende la casa familiar sin consultarla.


©  Mirella S.   — 2017 —




martes, 3 de octubre de 2017

9. Demoliciones

Foto: Alexander Yakovlev

Las agujas del reloj y las hojas de la agenda iniciaron una carrera espasmódica después de la muerte de Renzo. Demasiado por hacer, demasiados cambios y movimientos, un exceso de emociones que aplacar e impedir que trastornaran lo proyectado.

La venta de la casa fue rápida. Antes de que Bruno la entregara a los nuevos dueños, Piera la visitó varias veces, trazó croquis de algunas habitaciones, escorzos del jardín, del limonero. Como si desconfiara de la precisión de su mirada y de su mano, sacó fotos de los rincones que albergaron momentos claves de su historia.

Cuando todos los muebles desaparecieron en el vientre de un camión enorme y quedaron los muros descubiertos, desvalidos, fue entonces que vio a la Segunda. La vio no solo con los ojos, la sintió desde la soledad.

Estaba parada en el dormitorio que había sido primero de Piera y luego de ella: ahora una caja vacía, con los vestigios sucios que dejaron los muebles en paredes y piso. La conmovió el desamparo de su figura inclinada, con las manos juntas, como en un rezo.

—Sonia —se detuvo, era la primera vez en años que la llamaba por su nombre—. Sonia ¿adónde vas a ir?

La mujer la miró con esos ojos que Piera siempre había esquivado porque les veía una mirada bovina, inexpresiva. Esa tarde tenían el brillo de dos piedras mojadas.

—Encontré un cuartito amueblado por la zona de Once. Bruno vendió la cama y el armario con el resto de los muebles.

—¿No te dio tu parte de la casa y de los bienes? Voy a hablar con él, es un avaro miserable —casi gritó Piera.

—No lo hagas, Pieri, tengo unos ahorros. Tu papá me seguía pagando un sueldo por limpiar y cocinar.

—¡Cómo que te daba un sueldo, eras su esposa! A vos te corresponde parte de todo esto. —dijo en un tono que trascendía estupor.

—Bruno me explicó que la casa fue comprada antes de casarse conmigo, no entra en bienes gananciales, Pieri.

—Y el testamento ¿lo leíste?

—Tu hermano me dijo que no había nada.  Él es el que sabe, para qué lo voy a leer si no entiendo de esas cosas.

—Porque es un mentiroso. El viejo no te pudo abandonar, estuviste a su lado quince años.

—Tu papá nunca olvidó a la señora Luciana.

En Piera se superponían el asombro y la ira e iba tomando cuerpo algo muy parecido a la vergüenza por la poca atención que le había prestado a Sonia, por su actitud distante, por llamarla para sus adentros con ese apodo despreciativo cuando ella fue la única que la cuidó. Por ese Renzo egoísta, mezquino, débil, que se guarecía en el recuerdo de una muerta y descuidaba a los vivos. Por su hermano, embustero y codicioso, que había dividido el valor de la casa por tres. Piera creyó que Sonia estaba incluida y había recibido su tercio y lo que hubiera en el testamento. Ella tampoco lo había leído, no quería el dinero de su padre, como no había querido el de César.

Se dio cuenta de que el tercio restante era el que le hubiese correspondido a Elio, que había desaparecido del mapa de sus vidas y no sabían dónde estaba. Bruno, seguramente, le habría pedido al escribano que encontrara alguna tramoya para quedarse también con esa parte.

Le faltaba el aire como en la época del asma. Abrió la ventana y vio la tarde morir pausadamente, vistiendo con su luto el jardín descuidado. Dentro de poco solo quedarían ruinas, muros deshechos, el limonero removido de cuajo. Se acercó a Sonia, le rodeó el hombro robusto con el brazo y en un tono suave, que hasta a ella le resultó desconocido, le dijo:

—Vamos, Sonia, salgamos de esta casa que amparó más tristezas que alegrías. No te preocupes, no estás sola.




Sinopsis

Piera (1970): rememora y reflexiona sobre momentos claves de su historia. Es maestra de arte y artista plástica. También decide recurrir a la escritura para profundizar más su viaje al pasado.
Luciana, su madre, muere cuando Piera tiene diez años. Renzo, su padre, al poco tiempo de enviudar se casa con Sonia (la Segunda). Cae en depresión con la muerte de Luciana. Elio, es el hermano dieciocho años mayor, muy querido por Piera. Es periodista. Estuvo poco en la casa, durante la dictadura militar tuvo que exiliarse. Bruno es el segundo hermano -con el que Piera se lleva mal- es agente financiero y su única preocupación parece ser el dinero. Tiene una feroz pelea con Elio, que es echado de la casa por su padre. Ella desconoce lo que ocurrió entre los hermanos.
César es abogado, Piera se casa con él a los veintiún años y se separa cinco años después. Es César quien le da indicios sobre el secreto familiar. Piera visita a Micaela (que fue novia de Bruno) y ella le confirma la sospecha de César: que con Elio eran amantes.
Al poco tiempo de separarse de César, muere repentinamente el padre de Piera y Bruno vende la casa familiar sin consultarla.



©  Mirella S.   — 2017 —