Sueño
con una roca de basalto que emerge de un río torrentoso. En el centro está
ella, su cuerpo de arena tiembla, me implora. Intuyo que el sacrificio es
inminente y la piedra se volverá roja, entre los remolinos del río que brama. El
miedo y el grito, quizás, aplaquen a algún espíritu malévolo.
El brazo
ejecutor se eleva, es mi brazo y no lo es, no lo dirijo, no quiero hacerlo, no
con ella: pálido lucero que se apagará de golpe.
El agua
entona un canto fúnebre, mientras el sol desciende. Es la despedida; nuestros
ojos se encuentran sin palabras. Los de ella son un espejo del agua, del cielo
anochecido y tienen la serenidad de la entrega.
Los míos, en cambio, se abisman, se agrietan, húmedos de pena, de
soledad y culpa. El deber llama y mi brazo baja, implacable, certero.
Despierto con las manos cubiertas de sangre.
Despierto con las manos cubiertas de sangre.
© Mirella S. — 2012 —
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